BITÁCORA DE GIOCONDA BELLI
17/07/2009
17/07/2009
Poco democráticos fuimos. Casi ningún espacio concedimos al pensamiento crítico. La guerra se introdujo en la ecuación y Estados Unidos, con su larga historia de intervenciones en América Latina, jugó su papel nefasto al involucrarse en nuestra contienda interna, sirviéndole en bandeja de plata la censura y la represión a los más autoritarios entre nosotros. La revolución terminó con un canto de cisne y sin rendir a plenitud sus frutos. A tantos, sin embargo, para bien o para mal, les cambió la vida para siempre; desde quienes tuvieron oportunidades que jamás habrían sido suyas, a los que perdieron los acumulados de sus vidas y tuvieron que volver a empezar, hasta esos que murieron: los que jamás lograron ser cuanto podían haber llegado a ser. De manera que la revolución es lo mismo un espacio de alegría que uno de dolor para cada nicaragüense que la vivió. Su evocación es un nicho sagrado o una herida en la memoria de nuestro pasado reciente.
De 1990 para acá tendría que haberse producido un aprendizaje a fondo. Treinta años no pasan en vano. En Nicaragua, como en otros países, los pueblos optaron por la democracia y rechazaron la idea de que su libertad era el precio necesario para obtener justicia social. El hito histórico y democrático que significó el traspaso de poder a Violeta Chamorro por parte del FSLN, parece muy lejos de los planes del nuevo sandinismo Orteguista que retomó el gobierno en 2006.
Este constructo híbrido parece preso de una nostalgia enfermiza que lo ha llevado a considerar el tiempo transcurrido desde 1990 como inexistente. No sólo se apela a las viejas canciones, las viejas consignas, las tarimas y los discursos, sino que se vuelve a revivir la retórica maniquea y divisionista que tanta tragedia y abismo puso en nuestro pasado. Lo que es peor: a todas luces está claro que el Danielismo ha decidido no volver a ceder el poder por la vía electoral, no volver a “equivocarse” y ha cambiado las reglas del juego, según se vio en noviembre de 2008, para asegurarse que, sea como sea que vote el pueblo, el resultado les favorezca. Ya en su edad madura, estos ex-guerrilleros quieren empalmar el pasado con un presente “modificado” por ellos mismos, que los mantenga convencidos de su poder y aclamados por las masas que se encargan hábilmente de coaccionar para que los vitoreen. Pero ya nada es igual. La revolución que fue, nunca volverá a repetirse.
Sin arrogancia, con madurez, en este treinta aniversario, habría que honrar los recuerdos, enmendar los errores y dirigir los esfuerzos a construir el futuro.